miércoles, 11 de enero de 2017

El Frente Amplio y las tareas anticapitalistas

Poco a poco han ido avanzando las discusiones y encuentros para la conformación del "Frente Amplio", que reúne a doce organizaciones con el fin de levantar una alternativa al neoliberalismo frente a las dos coaliciones que administran el modelo pinochetista desde 1990.

Para las fuerzas anti-capitalistas que concurren a él, el Frente Amplio es una apuesta estratégica que busca levantar una plataforma política que permita a) realizar avances efectivos en las demandas anti-neoliberales que ha levantado el movimiento social en los últimos años, en especial a partir del 2011 b) poner en movimiento a amplias masas populares, en especial a los trabajadores c) darle visibilidad y presencia política a las fuerzas anticapitalistas.

Si lo planteamos en términos maoístas, es una apuesta para una etapa de defensa estratégica que busca resistir y contener la profundización del capitalismo neoliberal, la que, a pesar de las movilizaciones populares, el duopolio busca ejecutar como parte de su intento de superar la crisis de representación desatada por el malestar y las movilizaciones populares y por los casos de corrupción conocidos en los últimos años. La apuesta estratégica, que Mao etiqueta en su momento como "Nueva Democracia", es la superación del Estado capitalista y el bloque en el poder por un alianza de trabajadores, pequeña burguesía y otras clases y capas y sociales que levantan una forma estatal de transición, que podemos, provisoriamente, llamar "democracia popular", parte de una estrategia de largo plazo que Mao denomina "revolución por etapas permanente".

Sin pretensión de abordar las bases teóricas de estas definiciones ni siquiera de forma somera, se impone, sin embargo, enumerar algunos de sus fundamentos. En primer lugar, el contenido central es la capacidad de las masas populares para ponerse en movimiento por demandas democráticas, pero sin una conciencia política desarrollada, por el desarme político y la derrota de la clase trabajadora, que vincule esas demandas a la contradicción básica y estructural de la sociedad capitalista, la contradicción entre capitalistas y trabajadores asalariados. Segundo, la transnacionalización o mundialización de la economía mundial, que ha impuesto una nueva división internacional del trabajo, ha generado un marco geopolítico, hoy único por el derrumbe del campo socialista a fines del s. XX, en que los proyectos populares en los países dependientes no pueden aspirar a una construcción socialista autárquica y deben admitir una importante presencia del capital transnacional en sus territorios, a la vez que deben buscar apoyos internacionales de países capitalistas que, a lo sumo, están dirigidos por coaliciones de carácter más o menos progresista, más o menos popular. Tercero, la naturaleza del Estado no como un "objeto", sino como un conjunto de relaciones de poder, mediadas por instituciones políticas, que es susceptible de ser parcialmente transformado por la acción política de las clases subalternas, como ocurrió en Chile en el breve período de la Unidad Popular (1970-1973).

En este contexto, la idea de un Estado de transición que llamamos "democrático-popular" apunta a la posibilidad de realizar un desplazamiento significativo, revolucionario, de la correlación de fuerzas interna por parte de masas populares imbuidas de una conciencia democrática que precisamente en esta lucha y en la construcción y profundización de dicho Estado de transición comienzan a desarrollar y fortalecer una conciencia socialista, incluyendo el propio fortalecimiento y toma de conciencia de la clase trabajadora como eje de tal abanico de fuerzas populares y la construcción de una correlación internacional favorable a la profundización de los procesos democrático-populares.

La necesidad de conquistar avances efectivos en las demandas populares parte de la constatación de que, a pesar de la lucha popular llevada a cabo en lo últimos años en Chile, la agenda del movimiento social no ha logrado avances, salvo en el caso de las reivindicaciones más puntuales. Por el contrario, ha sido el bloque en el poder el que ha modulado y esterilizado dichas demandas de su filo anti-neoliberal, transformándolas en nuevas oportunidades para profundizar el modelo, como ocurre con las llamadas "reformas" del gobierno de Bachelet.

Asimismo, el movimiento social es aún muy reducido y no ha logrado construir una relación orgánica, más allá de la simpatía y apoyo, con las grandes masas populares. En particular, los trabajadores, a pesar del crecimiento de sus luchas reivindicativas en los últimos años, distan de constituir un actor nacional relevante.

Por último, la izquierda anti-capitalista tiene un peso político nulo en el escenario nacional. Para la inmensa mayoría de la población, simplemente no existe y muchos de sus debates (en ocasiones seudo-debates) son ajenos a las preocupaciones de las masas populares. Sin influencia política real, estos debates son y continuarán siendo irrelevantes.

Frente a la idea de un Frente Amplio, otras alternativas sencillamente no han logrado ninguna influencia en términos políticos. Las apuestas extra-institucionales siguen marcando el paso, hundidas en la irrelevancia, como lo mostró, por ejemplo, el llamado de Guillermo Rodríguez, tras las municipales de 2012 y su alto nivel de abstención, a "transformar el rechazo en Poder Popular". La abstención lleva casi dos décadas creciendo elección a elección y no ha contribuido a forjar ni una alternativa ni ha ayudado a quienes plantean la alternativa extra-institucional como espacio político único a forjarla. Por otro lado, una alianza puramente anti-capitalista no tiene destino cuando la conciencia popular simplemente no se muestra receptiva a ella y se encuentra en una fase esencialmente democrática. El resultado de Pueblo Unido en las elecciones municipales del 2016, donde logró sólo un 1% de la votación, confirma esta afirmación.

Ante el escenario de crisis política que existe en el país, las fuerzas anticapitalistas no pueden resignarse a permanecer al margen, refugiadas en la fortaleza ilusoria del movimiento social. La disputa política sólo puede resolverse en una dirección favorable a las mayorías populares si las fuerzas anticapitalistas, dentro de un arco de fuerzas democráticas más amplias, logra poner en movimiento a sectores crecientes de esas masas populares, ganar la conducción de las demandas democráticas y orientarlas en una dirección que permita construir una conciencia socialista y anti-imperialista, insertándose en todos los espacios, incluyendo el institucional, donde se produce la lucha política real.

Dada la debilidad de las fuerzas anticapitalistas, deben forjar alianzas para llevar adelante sus proyectos políticos con las fuerzas políticas democráticas que estén dispuestas a luchar contra el capitalismo neoliberal. El Frente Amplio aparece entonces como la plataforma política que permita enfrentar el período y generar las premisas materiales reales para un salto de calidad. El resto son ilusiones vacías.


I. Vitta

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El retorno del rey


La Concertación -hoy Nueva Mayoría, mañana no sabemos- la tiene difícil como ala "progresista" del partido empresarial. Su razón de ser política, proteger y profundizar el modelo pinochetista por la vía de legitimarlo ante las mayorías, haciéndolas creer que estaba en contra de él y lo estaba desmontando, ha ido perdiendo piso político en la medida que crecientes sectores populares se distancian de las promesas altisonantes del "crecimiento con equidad" y comprueban, abusos y colusiones empresariales mediante, que el modelo capitalista neoliberal no es sino una refinada máquina para explotar y enriquecer a una minoría a costa del esfuerzo y sacrificios de la mayoría. La profunda crisis de representación que atraviesa el sistema político, agudizada por la comprobación de que tanto los partidarios de la dictadura como sus supuestos enemigos eran financiados por el dinero generoso del ex yerno del dictador, ha hecho caer a la elite política binominal en el descrédito público.

En estas condiciones, Ricardo Lagos Escobar, ex mandatario calificado alguna vez por Carlos Altamirano como "el mejor presidente que ha tenido la derecha en su historia", ha dado señales políticas -"gestos" en la nomenclatura de los plumarios del periodismo político binominal- de que hará el intento de unir en torno suyo a la coalición de gobierno como candidato presidencial. Lagos, de notable astucia e inteligencia política, entiende las dificultades del momento político y hace una proposición a su coalición -o más bien a los restos de ella- pero sin extender un cheque en blanco. Lagos no se va a tirar a la piscina si ésta no tiene agua; sabe que hoy la piscina está seca, pero invita a la coalición a juntar el mínimo de líquido para darle factibilidad a la aventura política. Con su elíptica declaración del 2 de septiembre, Lagos inició la campaña para convencer a la Concertación/Nueva Mayoría de unirse en torno suyo; va a hacer el máximo esfuerzo, pero no va a quemar sus naves por ser el candidato.

Lo esencial para Lagos es que haya un mínimo de apoyo político de su base de sustentación tradicional, el eje PPD-PS. Sabiendo que hoy en día una primaria es ineludible, no puede, no obstante, presentarse disminuido, sólo como candidato del PPD, pues sería un handicap muy fuerte contra su idea de ser candidato y más aún contra su intención de convertirse en el hombre que conduzca hasta puerto seguro al sistema político chileno. Con el PPD ya alineado, lo que debe lograr Lagos es convencer ahora al PS, sacando de carrera a las otras cartas del socialismo, Isabel Allende y José Miguel Insulza.

Los partidos de la Concertación/Nueva Mayoría, a su vez, necesitan una conducción y un liderazgo sólido, tras el fracaso del experimento de Bachelet, pero entienden que el liderazgo de Lagos está demasiado asociado a su primer gobierno y su carácter proempresarial como para ser viable en estos tiempos sin un fuerte cambio de imagen y un relato político plausible que la acompañe, en especial el las tiendas del ala "progresista". Nadie espera que un partido como el PPD, que tenía entre sus militantes a SQM, muera al pie del cañón por un programa progresista, sino que lo que requiere es un discurso que parezca progresista, que parezca que continúa el sendero de "reformas" de Bachelet. Incluso el PC, que ha tenido fuertes críticas hacia Lagos, se sumará a esa búsqueda de "gestos" progresistas: el propio Guillermo Teillier, en cuya boca la palabra "programa" se ha convertido en un sapo muerto, creyó escuchar una inflexión de Lagos proclive a las "reformas" del gobierno. A medida que se acerquen las justas electorales, y muy especialmente después de las elecciones municipales, los sacristanes del programa de Bachelet verán más y más señales "positivas" desde el entorno laguista, pues todos los incumbentes estarán activamente construyendo el baile de máscaras del "Lagos del nuevo ciclo".

Por cierto hay obstáculos en el camino de Lagos. Dentro de la coalición, la figura de Alejandro Guillier traerá alguna complicación en la medida que el senador por Antofagasta sufra algún delirio místico y crea que efectivamente está en condiciones de ser presidenciable. Pero todos saben que no es más que un Bachelet 2, una figura popular pero sin peso político ni liderazgo, y lo probable es que el Partido Radical suba su precio sólo para verderlo por una buena cantidad de candidaturas parlamentarias y promesas de cargos estatales. Pero los obstáculos más serios para Lagos y el ala "izquierda" del partido empresarial no vienen desde dentro ni desde la derecha, sino desde la "nueva" izquierda que se está desarrollando a la izquierda de la Nueva Mayoría. Si en 1999 la pelea de Lagos era por lograr la aceptación de un "socialista" por parte de la derecha y la elite empresarial, hoy su desafío es evitar que el sistema político se desborde por la izquierda.

Los espadachines de Ricardo Lagos ya salieron al ruedo a atacar a los nuevos líderes de izquierda, en especial Boric y Jackson. Ernesto Ottone dijo que la "ultra izquierda" está fuera del juego y el diálogo político; Genaro Arriagada dijo que los jóvenes habían cumplido instalando temas en la agenda pública, pero que con su intransigencia estaban fuera de la solución política. Hasta las JJCC salieron a golpear a lo que llamaron "izquierda infantil", en una curiosa coincidencia con los escoltas de Lagos.

La preocupación del establishment político "progresista" por su flanco izquierdo no es nueva y ha venido profundizándose en la medida que la crisis de representación hace crecer el descontento popular. Ya en el verano de 2011 la entonces presidenta del PPD, por los mismos días en que su partido era financiado con fondos de SQM, sostenía la necesidad de un perfilamiento más claro del ala progresista de la Concertación para evitar que surgiera una alternativa de izquierda extraparlamentaria. En febrero de este año, Mahmud Aleuy, subsecretario de Interior de Bachelet, dio una entrevista al Mercurio señalando como tarea principal del sistema político "cerrarle el paso al populismo".

Tal preocupación pudiera parecer exagerada dado el grado de dispersión de la izquierda extra concertación (discúlpeseme la redundancia), pero las señales de agrupamiento de distintos colectivos y organizaciones apuntan, al menos, en la dirección correcta. Si a ello se suma que el gobierno de Bachelet, aunque ha logrado neutralizar a los principales movimientos reivindicativos sociales, no sólo no ha podido dispersarlos ni derrotarlos, sino que ha visto emerger un nuevo movimiento que cuestiona las bases del capitalismo neoliberal, el movimiento No Más AFP, las condiciones para la emergencia del "populismo", es decir, para un cuestionamiento de verdad del neoliberalismo, han crecido en lugar de disminuir, como era el objetivo del gobierno de Bachelet.

Estas condiciones tienen como sustrato el progresivo agotamiento del patrón rentista y súper explotador del capitalismo neoliberal chileno. El "milagro chileno" del que habló hace pocos días el ex presidente y actual candidato presidencial Sebastián Piñera, prometiendo reeditarlo, fue un hecho excepcional, producto de una coyuntura única caracterizada por el enorme subsidio fiscal por la privatización a precio vil de empresas estatales, el ingreso masivo de capitales al asumir un gobierno civil que continuó las reglas de la dictadura, la absorción de una tasa de cesantía que se empinaba casi hasta el 30% real y la incorporación relativamente masiva de las mujeres al mercado laboral, la acumulación forzosa de capitales por la vía de las AFP y el subsidio de la legislación laboral de la dictadura. Ese "milagro" se fue para no volver, tal cual desapareció hace un siglo la bonanza salitrera.

El agotamiento del capitalismo neoliberal chileno se da, a la vez, en un contexto internacional de depresión de la economía capitalista global y de desestabilización creciente del sistema internacional, una situación similar a la que, a fines del siglo XIX, condujo a la reemergencia del movimiento obrero en Europa, tras la derrota de la Comuna en 1870, y sus primeros asomos en Chile.

Se trata de una fase propicia para la emergencia tanto de un nuevo movimiento obrero, adecuado a las condiciones del capitalismo globalizado de principios del siglo XXI, como de una izquierda de profunda raigambre popular y de perspectiva socialista y revolucionaria. Ricardo Lagos vuelve, en este escenario, como el líder político del social-liberalismo e intelectual orgánico de la burguesía monopolista chilena que comande el cierre de la ventana de oportunidad para esa emergencia, alejando el fantasma del "populismo" y viabilizando una salida por arriba a la crisis del sistema político chileno, tarea que no logró cumplir Bachelet.

Para la izquierda emergente es un desafío político gigantesco. De su inserción social y basificación, de su capacidad de asumir la demandas democráticas de extensas franjas del pueblo y de actuar con unidad y flexibilidad en un escenario complejo dependerán sus posibilidades de sobrevivir a esta ofensiva de un Lagos que se vuelve a constituir en la mejor carta del empresariado.


Iván Vitta

jueves, 12 de mayo de 2016

El PC, lucha de clases puesta de cabeza


Entre el 1° y el 3 de abril pasado tuvo lugar la clausura del XXV Congreso del Partido Comunista. Como se anticipaba, se ratificó la permanencia del partido en la Nueva Mayoría, confirmando así la línea de alianza estratégica con el “centro político”, es decir la DC. Esta línea estratégica se sustenta en una muy peculiar concepción teórica sobre las clases sociales y la que sería la clase social dominante en Chile: la “derecha”. Lejos de ser sólo un disparate teórico, esta conceptualización sobre las “clases” es la base de un proceso político en curso desde hace diez años: una versión de la “renovación socialista” adaptada a la cultura política del PC, encabezada por su dirigencia.


Clases sociales puestas de cabeza

La convocatoria al XXV Congreso del PC sostiene, a propósito de sus apuestas estratégicas, que “En esa dirección, todo muestra que ha sido justa la determinación de plantearnos, para esta fase, una derrota estratégica de la derecha en su condición de clase dominante, que se expresa en la hegemonía que mantiene en los planos político, económico, militar, cultural y comunicacional”.

Este giro en la interpretación de las clases sociales, que tradicionalmente se han concebido en el marxismo como definidas a partir de las relaciones sociales de producción y no desde las posiciones políticas, no es en ningún caso una idea aislada. Por ejemplo, hablando sobre el programa de la Nueva Mayoría en el mismo documento de convocatoria, el PC sostiene que “responde a un diagnóstico colectivo que, en lo esencial, cuestiona al neoliberalismo en tanto forma de expresión de un “capitalismo salvaje” opuesto a la democracia, considerado ése neoliberalismo tanto como categoría de la política en sentido estricto (forma autoritaria, excluyente y “tutelada” de ejercicio del poder del Estado) como amplio (impregnando las distintas esferas de la vida social: relaciones económicas, sociales, ideológicas, manifestaciones artístico-culturales)”. Nuevamente constatamos la prioridad de la política sobre las relaciones de producción.

Por su parte, en un artículo para la revista “Trama”, titulado “La tarea de la derecha ante la izquierda y sus cómplices”, la integrante del comité central de las JJCC, Rebeca Gaete, construye su argumento a partir del alineamiento de fuerzas derecha-izquierda, priorizando las oposiciones políticas por sobre las oposiciones sociales. Sostiene Gaete, a propósito del debate para “resolver quién es y quién no es de izquierda”, que de éste deriva “la definición de lo que es izquierda y derecha, principio básico para determinar la correlación de fuerzas en las que se implementará la política para cada periodo, es decir, para definir, evaluar y proyectar la fuerza propia, la de la contraparte y la gestación de políticas de alianzas acorde a las necesidades de cada momento”. Otra vez las caracterizaciones políticas se anteponen a las caracterizaciones sociales y estructurales de las fuerzas.

Estamos en presencia, por lo tanto, de un desplazamiento significativo y no accidental del concepto de clases y de lo que constituye la dinámica de la lucha social. Este desplazamiento permite seguir hablando de lucha de clases cuando en los hechos se está hablando sólo de enfrentamientos “derecha-izquierda”. De este modo, cuando el PC habla de “lucha de clases”, sólo se está refiriendo a los tironeos entre la derecha y la Nueva Mayoría en el parlamento y el gobierno.

Este cambio de sentido del término permite al PC mantener velada la dinámica contradictoria de la propia Nueva Mayoría, pues los sectores que dentro de la coalición se oponen al “programa” son reducidos a “sectores conservadores”, escamoteando su carácter de clase burgués. La oposición de la DC a varios aspectos relevantes de las reformas es presentada entonces como un asunto de “conservadurismo”, en lugar de, como sucede efectivamente, intereses de clase ligados a segmentos más o menos específicos de la burguesía chilena: la oposición a las reformas educacionales, a los intereses de la burguesía educacional crecida al amparo de los subsidios estatales; la oposición a la reforma laboral, a su interés general de clase por evitar mejores condiciones de organización y lucha para los trabajadores. Y así, un largo etcétera.

Esta desnaturalización del concepto de clase social se complementa, en función de pavimentar la alianza con el “centro político”, con una reinterpretación de la historia de las últimas cinco décadas referentes a la Democracia Cristiana, su primer gobierno, su rol durante la Unidad Popular y su papel posterior durante la dictadura y la transición, que tiene por objetivo blanquear los episodios más “incómodos” de la DC en la historia reciente.

El año 2008, en un discurso con ocasión del acto de celebración del centenario del natalicio de Salvador Allende, Guillermo Teillier afirmó que el golpe de 1973 se debió a la acción del imperialismo y la derecha, por un lado, y a la falta de unidad de las fuerzas democráticas, por otro. Por “fuerzas democráticas” se refería obviamente a la Unidad Popular y la Democracia Cristiana. El año 2011, ya como diputado, reiteró dicha lectura política en un discurso en la Cámara de Diputados el año 2011, esta vez por el centenario del natalicio de Eduardo Frei Montalva.

En un discurso en la Cámara de Diputados con ocasión del 50° aniversario del triunfo presidencial de Eduardo Frei Montalva, el 4 de septiembre de 2014, Teillier fue más allá y trasladó la cuestión de la “falta de unidad de las fuerzas democráticas” desde el golpe de 1973 hasta la elección presidencial de 1970, al indicar que “las reformas que llevó adelante el gobierno encabezado por Eduardo Frei Montalva creaban las condiciones y la necesidad de que el gobierno que lo sucediera fuera del mismo signo o de una posición que de alguna manera diera cuenta de los sentimientos del país”. Agregó que “en esos tiempos se perdió una oportunidad histórica, la de haber puesto en movimiento al conjunto de las fuerzas progresistas”.

En pocas palabras, lo que afirma el presidente del PC es que en 1970 los partidos de la Unidad Popular debieran haber apoyado a un candidato de la DC o a un candidato acordado con la DC. No es difícil concluir que, bajo esta nueva interpretación, el gobierno de la UP habría sido un error en la medida que dividió a las “fuerzas democráticas”. 

Respecto del rol de la DC durante la dictadura, la nueva lectura del PC se limita a destacar el rol opositor de los democratacristianos y de su líder, Eduardo Frei. Se guarda silencio tanto del rol de la DC en la desestabilización del gobierno de la UP como de su justificación del golpe y apoyo a la Junta Militar en los primeros años de la dictadura. Se omite también la negativa tajante de la DC durante los años 70 a conformar un frente común opositor y su rol en la salida pactada que finalmente permitió no sólo mantener incólume el modelo creado por la dictadura, sino también mantener a Pinochet como Comandancia en Jefe del Ejército, ejerciendo un rol tutelar sobre la transición. 

Esta nueva interpretación histórica sobre la Democracia Cristiana constituye un retroceso respecto de las caracterizaciones históricas que hizo el PC sobre la cuestión. En primer lugar, sobre la DC como partido burgués reformista y “pluriclasista” que levantaba una alternativa a las fuerzas de izquierda, caracterización manifestada en los congresos del PC de 1965 y 1969. En segundo lugar, es un retroceso respecto de la identificación de las causas del golpe militar de 1973, no sólo en relación a las tesis de la Política de Rebelión Popular -el golpe de Estado se debió, básicamente, a los errores e insuficiencias de derecha de la UP y el PC- sino incluso respecto de las tesis del ex secretario general Luis Corvalán, quien en sus últimos escritos sostuvo que la causa de la derrota de la UP fue el no llegar a un entendimiento con la DC. En la nueva interpretación político-histórica del PC, es el hecho mismo de levantar la Unidad Popular y llegar al gobierno con Salvador Allende fue un error. 

Esta mirada benevolente y distorsionada sobre la DC no se limita sólo al pasado. En la misma convocatoria al XXV Congreso se manifiesta que, a nivel internacional, la construcción de una correlación continental de fuerzas favorables a la emancipación es una necesidad política fundamental. Pero se omite cuidadosamente cualquier referencia al rol pro imperialista no sólo de la DC, sino también de otros de sus aliados, como el PS y el PPD, en los intentos de aislar y desestabilizar a gobiernos progresistas radicales como el de Venezuela.


La “renovación socialista” del PC

Este cambio en la concepción de las clases y la lucha de clases y la reinterpretación de la historia chilena reciente por parte del PC nos lleva a plantear una hipótesis: desde hace diez años, el PC está realizando su propia versión, adaptada a su cultura política, del proceso de “renovación socialista” que el PS y otros grupos de izquierda, como el MAPU y la IC, llevaron a cabo en los años 80.

La “renovación socialista” fue el proceso político que llevó al PS y a otras fuerzas menores de la izquierda a tomar distancia de sus postulados políticos hasta 1973 y a cambiar el eje de sus alianzas desde la izquierda hacia el centro político. Comenzó con el quiebre del PS en el congreso de Argel, Argelia, de 1979; continuó con los encuentro de Chantilly, Francia, en 1982 y 1983, que reunieron a los socialistas de derecha escindidos en Argel con el MAPU y la Izquierda Cristiana; en los 80 se conformó el Bloque Socialista; el proceso culminó en 1990  con el “Congreso de Unidad Salvador Allende” del PS, donde quedó definitivamente abandonada la línea anticapitalista histórica del PS.

Los postulados centrales de esta “renovación socialista” fueron el giro hacia una alianza estratégica con el centro político, la “revalorización” de la democracia y la renuncia al socialismo, entendido como la construcción de una sociedad alternativa y opuesta al capitalismo.

La alianza con el centro político es la consecuencia del diagnóstico de la “renovación” sobre las causas del golpe: el no construir una mayoría a favor de los cambios. La “revalorización de la democracia” –es decir, de la democracia burguesa liberal– y la renuncia al proyecto socialista son consecuencia, a su vez, tanto de la necesidad de articular dicha alianza con el centro como de la influencia de la Internacional Socialista, que había hecho el mismo camino ideológico y político a partir de los años 50 y que ahora se alineaba dentro de la OTAN para combatir el “peligro comunista”. 

Por su cultura política, una renuncia abierta al concepto de lucha de clases, como se dio en el PS, no es viable políticamente en el PC. Por eso su “renovación” mantiene la cáscara pero cambia radicalmente el contenido. Al reducir el enfrentamiento de clases a la contradicción derecha-izquierda, el PC no sólo elude analizar la naturaleza real de las contradicciones sociales, sino que puede reescribir la historia del golpe, la dictadura y la transición adoptando las tesis principales de la renovación socialista en una forma apta para el consumo interno de la militancia comunista.

¿Cómo se expresan en el PC los ejes centrales de la “renovación socialista”? La alianza con el centro político, es decir con la DC, es una definición explícita del PC, tanto en este congreso recién concluido como en documentos y entrevistas de sus dirigentes. Sobre la “revalorización de la democracia”, la cuestión es más matizada, pues a diferencia del PS desde los años 60, en el PC nunca hubo un discurso tan crítico y tajante contra la “democracia burguesa” y tuvo una participación significativa en la democratización ocurrida a fines de los años 50 (creación de registros electorales y cédula única, derogación de la “Ley Maldita”, legislación contra el cohecho, etc.). De todas maneras, desde mediados de la década del 2000, el PC comenzó a poner el acento en sus credenciales democráticas en su discurso político. Un hito en este sentido fue la publicación el año 2008 del libro “Los comunistas y la democracia”, de Luis Corvalán, el ex secretario general del partido.

Tanto la alianza con el centro como la “revalorización” de la democracia no son cuestiones ajenas a la práctica política histórica del PC. Tiene además antecedentes dentro del propio movimiento comunista, como el llamado “Compromesso storico” (compromiso histórico) del PC de Italia bajo la conducción de Enrico Berlinguer, que en 1974 buscó por todos los medios un acuerdo con la DCI, que nunca llegó a concretarse, pues la dirigencia de la DCI estaba concertada con el Vaticano y EEUU para aislar al PCI.

Respecto de la reinterpretación del socialismo como “democracia plena”, es decir no como un nuevo modo de producción basado en la propiedad social de los medios de producción, sino como la ampliación de derechos democráticos dentro del capitalismo y que abordaría las esferas política, económica, social y cultural, el PC también ha dado pasos en esa dirección. En entrevista al semanario del partido, El Siglo, a propósito del congreso partidario, Teillier declaró que “Para mí, el socialismo es la democracia participativa, en que la libertad y la igualdad procura la realización plena de las personas y sus derechos” (El Siglo N° 9.513, 1 al 7 de abril de 2016). No es muy distinto al punto número uno de la declaración de principios del Partido Socialista, que afirma que “El socialismo es la más plena expresión de la democracia. En tal virtud, el Partido Socialista de Chile proclama su inclaudicable voluntad de contribuir siempre a la defensa y al constante perfeccionamiento de la democracia”. En la declaración de Teillier y en la del PS ha desaparecido toda referencia a la sustitución del capitalismo y al poder de la clase trabajadora.

Este desplazamiento es más radical respecto de la tradición histórica del PC, en la que marcó distancia respecto del eurocomunismo y se alineó con la URSS y los países socialistas del Este de Europa cuando el debate se abrió a partir de los años 60. En la entrevista citada, Teillier agregó que “el valor intrínseco del socialismo no se ha realizado en ninguna parte”, muy lejos de la opinión comunista tradicional sobre la experiencia socialista en la URSS, que siempre se entendió plena y paradigmática.

Hablar de democracia plena, sin referirse a la explotación y la alienación consustanciales al capitalismo y que limitan cualquier posibilidad de “plenitud” democrática –y que se basa a su vez en la propiedad capitalista de los medios de producción –, es la marca tradicional del abandono de la lucha de clases como eje histórico sobre el que se construye una sociedad alternativa al capitalismo, el socialismo. Una “revolución democrática” sólo tiene sentido en la medida de que es un camino de aproximación a la superación del capitalismo, lo que exige a su vez marcar siempre las distancias con las fuerzas burguesas, por más democráticas y progresistas que éstas se presenten. Por el contrario, una alianza “estratégica” con dichas fuerzas condena a las fuerzas de izquierda a ser furgón de cola de las políticas burguesas. Es lo que estamos viendo con el PC en el gobierno de la Nueva Mayoría.

Amarrado a la alianza estratégica con el centro político, el PC puede sólo plantearse transformaciones dentro del horizonte admitido por el reformismo burgués de la Democracia Cristiana; y este reformismo burgués, una vez realizada la “modernización capitalista” de Chile por la dictadura, se encuentra constreñido por los límites del consenso de Washington. Por ello el programa de la Nueva Mayoría, descontados los fuegos artificiales y el humo, no pasó más allá de una cosmética del modelo neoliberal, manteniendo intactos sus pilares fundamentales. A consecuencia de eso es que las medidas que está proponiendo hoy el PC van en esa misma dirección, con una tímida propuesta de un “nuevo modelo económico” que aporte mayor valor agregado que está totalmente dentro del terreno de la “segunda fase exportadora” proclamada en los 90 por la entonces canciller Soledad Alvear.

Dentro de este marco tímido y conservador, el congreso que acaba de terminar ha marcado el paso del PC a una etapa defensiva que busca “consolidar las reformas” ante los ataques de la derecha y los “sectores conservadores”. Es decir, dentro de la pugna entre distintas fracciones políticas burguesas, el PC se alinea con el reformismo burgués más progresista, pero sin rebasar los límites definidos por éste. Que hoy el PC plantee como propuestas programáticas para un segundo gobierno de la Nueva Mayoría medidas como “nueva constitución” y AFP estatal –un refrito de las promesas no cumplidas por el actual gobierno– es la demostración palmaria de ello. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Declinación de EEUU y disputa por la sucesión ¿nuevo polo hegemónico o multipolaridad?

Declinación de EEUU y disputa por la sucesión ¿nuevo polo hegemónico o multipolaridad?



Iván Vitta


Vivimos tiempos turbulentos. Las guerras y conflictos se multiplican, en distintos lugares del mundo las masas se rebelan contra la situación de opresión política y explotación económica, el escenario de la post Guerra Fría se derrumba, la crisis multisistémica azota a la humanidad. En este escrito intentamos analizar una de las dimensiones, la más general, de la situación internacional actual: la transición hegemónica en el sistema capitalista mundial, la declinación de la actual potencia hegemónica, EEUU, y el posible surgimiento de una nueva hegemonía mundial.

La depresión económica de 2008, así como la pérdida de posiciones de EEUU en el mercado mundial y la financiarización de su economía son síntomas de un proceso de largo plazo que se ha dado ya en forma recurrente en los casi 500 años de historia del sistema capitalista mundial: la declinación de la potencia hegemónica del momento y su reemplazo por una nueva hegemonía mundial.

Desde fines del siglo XIX y a principios del siglo XX ocurrió un proceso similar, en que la hegemonía del sistema mundial que ejercía Inglaterra comenzó a declinar y se desató una feroz lucha entre Alemania y EE.UU. por tomar el lugar de los británicos como cabeza del sistema capitalista mundial. Anteriormente, franceses e ingleses de disputaron durante más de un siglo, entre fines del siglo XVII y principios del siglo XIX, la sucesión de Holanda a la cabeza del capitalismo. Los procesos de transición hegemónica, por lo tanto, son procesos de larga duración, que se arrastran durante décadas y determinan los rasgos económicos, políticos,  militares e ideológicos de esa época de transición.

Los marxistas de principios del s. XX creyeron ver en la fase correspondiente de disputa hegemónica, asociada a fenómenos como el surgimiento de los monopolios, el aumento de la importancia del capital financiero, la fusión de los grandes negocios con el Estado y, sobre todo, la I Guerra Mundial, una señal de que el capitalismo había entrado en una fase de declive que conducía inexorablemente a su derrumbe y al triunfo de la revolución socialista. No obstante, identificaron correctamente esa fase histórica como una etapa de profundización y exacerbación de las contradicciones de todo orden del sistema capitalista y, más allá de su error en caracterizar la fase como terminal, de generación de condiciones favorables para la lucha de clases de los trabajadores y los pueblos oprimidos contra el yugo del imperialismo y el capital.

En la actual etapa, EE.UU. está activamente intentando frenar y revertir su pérdida de liderazgo económico y político a nivel mundial. Su política exterior está orientada, desde el fin de la guerra fría, por dos ideas fuerza: hacer del siglo XXI un “nuevo siglo americano”, es decir conservar su hegemonía, y, para ello y en segundo término, evitar el surgimiento de liderazgos globales que desafíen su estatus de primera potencia mundial. Para lo anterior cuenta con una fuerte influencia – a pesar de su disminución– política y económica y con una incontestable superioridad militar.

Para cumplir sus objetivos, EE.UU. ha fijado sus prioridades estratégicas en el Medio Oriente y en el océano Pacífico. En Medio Oriente ha reforzado sus alianzas con Israel y las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico, Arabia Saudita y Catar, provocando o agudizando una serie de graves conflictos regionales en su intento de modelar políticamente la zona de acuerdo a sus objetivos globales. La invasión de Irak y las recientes agresiones contra Libia y Siria, donde EE.UU. ha financiado y apoyado a mercenarios y terroristas para derrocar a sus gobiernos, han terminado por desestabilizar completamente la zona, que ahora enfrenta la amenaza del terrorismo del Estado Islámico, un nuevo monstruo armado y financiado por el imperialismo estadounidense y sus aliados regionales.

En el Extremo Oriente, buscan rodear y aislar a China, que emerge como una de las potencias que disputaría el liderazgo global a EE.UU., rodeándola de aliados que taponearían el acceso de China al Pacífico. En Europa, los estadounidenses intentan hacer lo mismo con Rusia, acercando las fronteras de la OTAN hasta la nación eslava, lo que ha detonado conflictos en Georgia y ahora en Ucrania. De paso, arrastra a la Unión Europea, el otro posible competidor económico de EEUU a escala mundial, a un conflicto que amenaza su desarrollo económico y bloquea su emergencia como actor político global.

No obstante sus intentos, EE.UU. no ha podido impedir el surgimiento de nuevos polos económicos y políticos. El más importante hasta ahora es la alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica conocida por la sigla BRICS, que en su última reunión grupal ha planteado iniciativas como la creación de un banco de fomento que sea alternativa al FMI y el Banco Mundial. La crisis ucraniana ha impulsado también un acercamiento más estrecho entre Rusia y China, el que, entre otras medidas, ha “desdolarizado” su intercambio comercial. Todo lo anterior está empujando en la dirección de disminuir el papel del dólar como moneda mundial, lo que debilita uno de los instrumentos de dominio más poderosos de EE.UU.

La posición de EE.UU. se ve amenazada no sólo por el surgimiento de competidores económicos y políticos en el terreno internacional, sino por el debilitamiento de las bases de su propio poder. Su retroceso industrial ha ido acompañado de un creciente endeudamiento, que lo ha transformado de acreedor en deudor del planeta. Ese endeudamiento presiona a su vez sobre su presupuesto interno, el que, ante la carrera por el liderazgo global, al no poder permitirse una disminución drástica de los gastos militares, ha ido ajustándose por la vía de los recortes de los beneficios sociales. Esto a su vez golpea la clase trabajadora y la mayoría de la población, que ha sufrido un proceso de emprobrecimiento en las últimas décadas, disminuyendo no sólo su participación en la riqueza del país, sino también sus salarios reales. Lo anterior ha ido configurando un cuadro de conflictividad social creciente, que se ha expresado en movimientos como el “Occupy” y en el crecimiento de las tensiones raciales, como ha ocurrido recientemente con las protestas en Ferguson.

¿Quiénes son los competidores de EE.UU. por el liderazgo mundial? En primer lugar, la Unión Europea. Considerada como bloque, la UE es la principal economía del mundo y ha superado a EE.UU. en varias industrias de alta tecnología como la aeorespacial. Sin embargo, la UE no tiene la unidad política, por su carácter de asociación de Estados, ni la independencia política, por sus vínculos con EE.UU. a través de la Alianza Atlántica, como para rivalizar política y diplomáticamente con los norteamericanos. En el terreno militar, su debilidad es aún más pronunciada. Además, la crisis económica internacional ha golpeado con dureza a Europa, poniendo aún más de relieve la fragilidad de sus vínculos interestatales y revelando que, en especial para los países del sur de Europa, la UE es el coto privado de caza del gran capital alemán. A ello se suma la crisis ucraniana, que ha vuelto a colocar a Europa a la zaga de la política exterior estadounidense.

El otro candidato es China. Su economía, tras las de la UE y EE.UU, crece a un ritmo acelerado y en algunos años más va a superar a la estadounidense, convirtiéndose en la primera economía nacional del mundo. Su desarrollada diplomacia es absolutamente independiente de la de EE.UU y lleva décadas tejiendo redes de influencia y relaciones, sobre todo con países del ex movimiento de los no alineados; cuenta también con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y tiene por lo tanto derecho de veto. Es la tercera potencia militar del mundo, tras EE.UU. y Rusia. Con esta última es socio en la Organización de Cooperación de Shangai, OCS, junto a Kasajistán, Kirguistán, Tadjikistán y Uzbekistán.

En China, a diferencia de la ex URSS, no hubo un derrumbe de las estructuras de capitalismo de estado, que se han mantenido en lo esencial como eje rector político, económico y social de la nación. Una de las particularidades de China es que conviven, lado a lado, este capitalismo de estado junto con la economía capitalista, asentada fundamentalmente en la costa, en especial la correspondiente al capital transnacional. La base social del Estado es una burocracia a la que su control del aparato económico estatal da una enorme autonomía respecto de la economía capitalista, por lo que en estricto rigor no es un Estado capitalista controlado por las corporaciones, como el de EE.UU. o los de los estados europeos, sino un “Estado burocrático de capitalismo de estado”. Por ello, China no es una potencia imperialista y la rivalidad sino-estadounidense no puede ser caracterizada hoy en día como inter imperialista.

Ello no significa que al interior de la burocracia gobernante china no existan tendencias que impulsan a la liquidación del capitalismo de Estado y a la fundación de un estado capitalista en propiedad, tomando de paso el control de las grandes empresas estatales, como ocurrió en la ex URSS. Pero estas tendencias no han logrado imponerse y no es seguro que lo logren en el corto o mediano plazo. Incluso, desde el año 2007 hubo un retroceso en el ímpetu liberalizador de la burocracia, ante la creciente desigualdad que el desarrollo acelerado estaba provocando en la sociedad china y las presiones populares surgidas de aquélla.

Existen sin embargo tres factores estructurales que dificultan en extremo el surgimiento de una nueva hegemonía capitalista mundial: en primer lugar, las debilidades estructurales de la Unión Europea y la ausencia en China de una fuerza estatal capitalista que impulse una política agresiva de conquista de la hegemonía; es decir, hay tanto incapacidad como la falta de interés de los contendores de EE.UU. de disputarle el liderazgo a nivel mundial como líder unipolar hegemónico. En segundo lugar, en las anteriores fases de transición hegemónica los nuevos liderazgos siempre pasaron a países cada vez más grandes, pero que siempre representaban una fracción menor de la población mundial, un factor fundamental para que la captura de excedentes desde la periferia permitiera la acumulación de capital en el polo hegemónico y una redistribución interna sustantiva para mantener la paz social y el orden interior, condiciones esenciales para afrontar con éxito la proyección hacia el exterior; hoy esa condición no se cumple en el caso de China, por su población, ni de la Unión Europea, por su estructura política que reproduce internamente el esquema centro-periferia. Y en tercer término, esta nueva transición se desarrolla en una situación histórica inédita: por primera vez, la economía capitalista es el modo de producción fundamental en la casi totalidad del globo. Todo lo anterior configura un escenario internacional que apunta más bien al surgimiento de una situación de multipolaridad más que de emergencia de una nueva nación hegemónica, el menos en el futuro previsible.

Por lo tanto, estamos viviendo una época de lenta declinación de la potencia imperialista dominante, EE.UU., sin que se vislumbre una nueva hegemonía alternativa en el sistema global de dominación imperialista. Más bien, asoma un escenario multipolar, con potencias regionales que limitan el ejercicio hegemónico mundial de EE.UU. en sus esferas de influencia, y una  potencia económica y diplomática global, como China, que balancea el poder de los estadounidenses a nivel mundial.

Lo anterior ocurre en paralelo con una crisis económica mundial de características estructurales, con el bajo crecimiento transformado en enfermedad crónica del sistema capitalista. Se agrega una crisis social, expresada en la zona euro en los casos de España y Grecia, cuyo derrumbe económico ha dado paso a catástrofes sociales. Y a todo esto se suma también un creciente proceso de desestabilización del sistema interestatal en varias regiones del mundo –el Medio Oriente, Ucrania, el Magreb y África Occidental–, señal de la creciente incapacidad de EE.UU. de liderar el mundo.

Este escenario de acrecentamiento de las contradicciones del sistema capitalista mundial se expresa en la agudización de los dramáticos efectos sociales de la depresión capitalista (recesión económica, cesantía, desmantelamiento de redes sociales públicas) y multiplicación de conflictos armados en las “zonas calientes” del mundo, en especial Medio Oriente. Se generan condiciones sociales y políticas para un rearme de los trabajadores y los sujetos subalternos en todo el mundo, así como para un retorno de la izquierda anticapitalista a la palestra política, actores que se vieron muy debilitados, casi hasta la extinción, tras el derrumbe de la URSS y el advenimiento del orden internacional unipolar en los años 90.

Estados Unidos continúa siendo la principal fuerza de choque del imperialismo, a pesar de su debilitamiento político y económico y las crecientes dificultades que experimenta para hacer uso de su poderío militar; por el contrario, este debilitamiento progresivo aumenta su agresividad internacional. La neutralización y derrota política de EE.UU. es la principal tarea política a nivel internacional, para lo cual es imprescindible lograr construir alianzas internacionales interestatales que sean capaces de amarrarle las manos a EE.UU. y establecer mecanismos multilaterales efectivos que protejan la soberanía nacional y el derecho de los pueblos del mundo a construir alternativas al sistema capitalista y su engendro más nefasto, el imperialismo. En un escenario internacional en que no existe el paraguas protector que alguna vez fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tales mecanismos multilaterales son indispensables en tanto no exista, como puede preverse para el período histórico próximo, un escudo político y militar de estados socialistas capaz de neutralizar al imperialismo y un movimiento obrero internacional capaz de influir decisivamente en los asuntos estatales los países capitalistas.

domingo, 10 de agosto de 2014

Reformas educacionales: las definiciones se acercan, los estudiantes se preparan



Después del 7 de julio, cuando el gobierno y la derecha presentaron su acuerdo para la reforma tributaria, el ministro Eyzaguirre comenzó a preparar el terreno para replicarlo en su área, anunciando que se escucharía a los estudiantes pero que éstos no tendrían la última palabra y que el diálogo que proponía el gobierno sería “incidente pero no vinculante”. Pero el ministro se sobreactuó y terminó, en entrevista otorgada a El Mercurio, adelantando la idea de acotar la gratuidad a cuatro años, con lo que malogró, temporalmente, la maniobra.

La idea del gobierno es presentar algo que comunicacionalmente parezca gratuidad de la educación superior pero que en el fondo no lo sea. El senador Jaime Quintana lo reconoció en entrevista a La Segunda posterior a las declaraciones de Eyzaguirre, diciendo que lo primero era ponerse de acuerdo en la gratuidad como principio y luego examinar los “detalles” de la implementación, por ejemplo si se financian cuatro años o la carrera completa.

Los “diálogos participativos” ideados por el ministerio de Educación son un mecanismo para legitimar las reformas educacionales y evitar depender de la participación de los actores del movimiento por la educación para ello. A la vez, ellos son una herramienta concebida para o domesticar al movimiento estudiantil, sometiéndolo a una participación meramente decorativa, o a aislarlo, acusándolo de intransigencia si no participa.

Entre los secundarios, divididos y fragmentados desde hace muchos años, hubo opiniones encontradas. La CONES, dirigida por las JJCC y Revolución Democrática, resolvió participar; la ACES, en cambio, decidió restarse. 

En los universitarios, la Confech, con mucha mayor conciencia del escenario y los riesgos que comportaban tanto la participación como la automarginación, decidió exigir garantías al ejecutivo para su participación: derogación del DFL 2 que impide la participación de estudiantes y funcionarios en los gobiernos universitarios, carácter vinculante de las discusiones, posibilidad de presentar documentos y proyectos alternativos a los del Ejecutivo y retiro de los proyectos de ley ya enviados.

Hasta el viernes 19 de julio, Eyzaguirre sólo había acogido la derogación del DFL 2. Había declarado explícitamente que la participación no iba a ser vinculante. Pero la entrevista al Mercurio y el terremoto político que provocó cambiaron la situación, dejando al ministro políticamente muy debilitado. La Confech aprovechó la ocasión y obtuvo otras dos garantías fundamentales de sus exigencias: el carácter vinculante de las discusiones y la posibilidad de presentar alternativas a los proyectos del ejecutivo.

De esta manera, fracasa la trampa del gobierno a los estudiantes, pues no logra domesticarlos con un diálogo intrascendente y los deja con un argumento importante para retirarse del diálogo cuando el ejecutivo revele por fin su agenda. Además, los estudiantes universitarios logran instalar una importante demanda democrática con la derogación del DFL 2, primer avance hacia la recuperación del cogobierno universitario.

La decisión del Confech se hace no sin fricciones internas, pero los resultados justifican el proceder de la organización, ya que los universitarios salen bien parados en comparación con los secundarios, que no han logrado avanzar en sus demandas y enfrentan divididos al gobierno, entre el gobiernismo de la CONES y la incapacidad de la ACES de ir más allá de la retórica de la intransigencia.

Lo fundamental es que los estudiantes mantengan la presión en las calles como eje de su accionar, conserven el apoyo de la mayoría popular y sean capaces de sumar a otros sectores, partiendo por los trabajadores, a sus demandas. Esas son las condiciones para poder disputar con éxito al gobierno cuando por fin devele sus cartas y sea necesario pasar a formas más radicales de lucha para conquistar el derecho a la educación.


Iván Vitta

martes, 5 de agosto de 2014

Chefs y pinches de cocina



El 7 de julio, fecha en que se anuncia el acuerdo entre el gobierno y senadores de la Alianza y de gobierno por la reforma tributaria, constituye el punto de inflexión en la trayectoria gatopardista de la Concertación/Nueva Mayoría. A partir de ese momento, terminan las comedias y los bailes de disfraces y sale a la superficie el verdadero proyecto de Bachelet y sus disciplinados ministros.

Se dice que una de las motivaciones del gobierno para llegar a este acuerdo fue evitar los costos políticos de la desaceleración económica. Si bien la desaceleración es real, y más profunda de lo que anticiparon los analistas, y también es cierto que la Alianza y los grandes medios de comunicación monopólicos habían logrado posicionar la asociación entre esta desaceleración económica y la reforma tributaria, este no es un factor causante del giro, sino sólo acelerador, un catalizador de una cambio de orientación discursiva que se iba a producir tarde o temprano, dados los compromisos y lazos del personal político de gobierno con los grandes empresarios.

Este acuerdo revela el pensamiento íntimo de Bachelet. No debemos olvidar que el año pasado la entonces candidata, recién llegada a Chile, intentó fijar su posición respecto de la educación gratuita señalando que no estaba de acuerdo con la gratuidad, porque le parecía injusto que quienes tenían recursos suficientes para pagar no lo hiciera. Al día siguiente, una gigantesca marcha estudiantil exigiendo gratuidad la convenció de que la oposición frontal a la gratuidad no era una buena táctica electoral. A partir de ese momento se produce el giro discursivo que la llevará a asumir, de forma ambigua, las “demandas de la calle”, que sería en adelante el relato oficial de la campaña y el gobierno.

Hasta que el 7 de Julio se sinceran las cosas.

Como han advertido varios analistas, la reforma tributaria queda completamente desnaturalizada con los cambios introducidos, estimando algunos que no sólo no va a recaudar los 8.200 millones de dólares que constituyen el objetivo, sino incluso podría significar un retroceso respecto de la actual recaudación, al abrirse nuevas puertas a la evasión.

Pocos días tras el acuerdo tributario, el ministro de educación, Nicolás Eyzaguirre, anunció que no iba a escuchar “a la calle” para las reformas en educación. El jueves 17, en entrevista a La Segunda, reconoció además que el complejo mecanismo de “participación” pergeñado por su cartera iba a aceptar sólo aquellas propuestas que coincidieran con el programa de gobierno, dejando automáticamente fuera los petitorios estudiantiles.

El acuerdo tributario reveló que existen dos sectores en la Nueva Mayoría, los chefs y los “pinches de cocina”, como expresó brutalmente el senador Andrés Zaldívar. Unos son el viejo “partido del orden”, que tienen derecho a participar en la “cocina” de las leyes y reformas. El resto son ayudantes que ayudan a ganar elecciones, pero cuya opinión no pesa para las grandes reformas.

En los hechos, quedó definitivamente claro que no existe una coalición de gobierno, sino sólo lo que fue una coalición electoral, cuya opinión tiene un peso marginal en las decisiones de La Moneda. La autonomía del ejecutivo y de los parlamentarios respecto de los partidos les permite un amplio margen de maniobra. Es este margen el que ha permitido terminar de reacomodar el bloque político dominante a la nueva correlación de fuerzas pos elecciones, usando los canales informales de la política.

El acuerdo tributario constituye un profundo golpe político a la “izquierda” de la Nueva Mayoría. Para el PC en particular, es la reiteración de una derrota históricamente recurrente. Después de González Videla, del apoyo de la DC al golpe de 1973 y de los acuerdos de la Concertación con EEUU y los militares para mantener el modelo dictatorial, a fines de los 80, vuelve una vez más a fracasar la confianza política depositada por el PC en la “burguesía democrática”.


Iván Vitta

viernes, 30 de mayo de 2014

Zanahorias y garrotes para los estudiantes


Iván Vitta

Tras la exitosa marcha del 8 de mayo pasado, que congregó cien mil personas en Santiago y decenas de miles más en otras regiones del país, el gobierno de la Nueva Mayoría parece haber adoptado una estrategia de zanahoria y garrote hacia el movimiento estudiantil, coincidiendo con el envío al parlamento de sus primeros proyectos de ley sobre reforma educacional y el primer mensaje presidencial. El objetivo es neutralizar a un movimiento social que mantiene su distancia crítica y autonomía respecto del gobierno.

La zanahoria, además de los primeros proyectos enviados el 19 de mayo al Congreso, fue la agenda corta anunciada en el mensaje presidencial del 21. Pero, sabiendo el rechazo que los anuncios iban a despertar entre la mayoría del CONFECH, en paralelo se iniciaron al menos dos operaciones políticas que apuntaron a aislar políticamente a las direcciones estudiantiles de izquierda radical.

En la primera de dichas operaciones, se buscó meter una cuña al interior de la CONFECH el día domingo 18, cuando terminaba una reunión de dicho organismo realizada el fin de semana. Cuando terminaba la reunión, sin mayores sobresaltos y habiéndose impuesto la línea crítica hacia el gobierno y sus proyectos, Naschla Aburman, presidenta de la FEUC y militante del NAU, juventud universitaria de facto de Revolución Democrática, denunció la existencia de una amenaza dirigida contra ella, exigiendo un pronunciamiento de la CONFECH contra la violencia. Pero su exigencia no se limitaba a una condena hacia las amenazas que habría recibido, sino que también demandó que esa condena se hiciera extensiva a los desórdenes que han acompañado las movilizaciones estudiantiles, rechazo  que está lejos de contar con apoyo al interior del CONFECH y en que el NAU y RD han estado en una clara minoría.

Aburman entonces renunció a la vocería del CONFECH, cuestión que de inmediato fue presentado por los medios como un “quiebre” dentro de la organización estudiantil. La voz cantante en esta campaña mediática la llevó el periódico electrónico El Mostrador, convertido en voz oficiosa del gobierno, medio que presentó la posterior retractación de Aburman como un “quiebre de mano” a la CONFECH.

En otra operación claramente coordinada, Carabineros detuvo y presentó el día lunes 19 al estudiante Bryan Seguel, del entorno personal de la presidenta de la FECH Melisa Sepúlveda y militante del FEL como ella, como uno de los responsables de la golpiza que sufrió un efectivo de Fuerzas Especiales que tuvo la mala ocurrencia de perseguir solo, en el acto alternativo del 1° de Mayo, a un manifestante hasta el interior de la Plaza Brasil, que se encontraba llena de asistentes, quienes reaccionaron en defensa del perseguido. Este montaje policial terminó con Bryan en libertad, pues la corte rechazó las endebles pruebas presentadas por el Ministerio Público. Sin embargo, la inteligencia policial incautó y no devolvió el computador de Bryan, que fue requisado en el allanamiento de su domicilio.

El objetivo del montaje contra Bryan Seguel y de la operación “quiebre” del CONFECH apunta claramente a vincular a las dirigencias de izquierda del CONFECH a la imagen de “violentistas”, además de “intransigentes”, y lograr así su pérdida de legitimidad y aislamiento político respecto de las amplias masas ciudadanas que apoyan las demandas por la educación planteadas por el movimiento estudiantil.

Se repite el guión de inicios de la “transición”, cuando las organizaciones más o menos autónomas fueron aisladas y divididas, para eliminar obstáculos para la gobernabilidad. La reconstrucción de la gobernabilidad neoliberal por la Nueva Mayoría los obliga a repetir la estrategia, rodeándose de organizaciones obsecuentes, como la CUT, y persiguiendo a los críticos. No olvidemos que el actual ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, se dio a conocer en la política quebrando la CONFECH el año 1997.