La
larga crisis iniciada el año 2008 no da tregua. La
coyuntura actual está mostrando que los breves períodos de
crecimiento no alcanzan a darle dinamismo a la economía capitalista
mundial y se ven amagados por la situación debilitada o en franca
bancarrota de muchas economías, en especial en Europa. Grecia
probablemente entre en default en los próximos meses, mientras su
inestabilidad política derrumba las bolsas por todo el orbe. España
entró en recesión y está a las puertas de requerir un gigantesco
rescate, que la economía europea difícilmente puede financiar (la
economía española equivale a cinco veces la economía griega).
La crisis ha tenido un enorme impacto para los/las trabajadores/as europeos, especialmente españoles y griegos, con un impacto mayor entre los más jóvenes. Altas tasas de cesantía, mayor precarización del trabajo y crecente desprotección social se han vuelto enfermedades endémicas en la vieja Europa. Causadas por la recesión económica, estas plagas
sociales se ven agravadas por los programas de ajuste impulsados por los centros de comando del capitalismo mundial y europeo: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, la infame "troika", dicta las políticas económicas de los países por sobre las decisiones soberanas de sus representantes electos. Las fuerzas políticas conservadoras y social-liberales son las correas de transmisión de la troika hacia cada nación, actuando como administradores coloniales del capital internacional ante sus naciones.
Mirada
en un más largo plazo, esta crisis marca un punto de inflexión en
la etapa de expansión del capitalismo global que se ha dado en
llamar “neoliberalismo”, que se inició a fines de los años 70 y
tuvo como sus artífices a Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Deng Xiaoping y Augusto Pinochet.
El
capitalismo neoliberal tuvo éxito inicial en recuperar la tasa de
ganancia por la vía de aumentar la explotación de los trabajadores
de todo el mundo y capturar la renta de los recursos naturales de los
países dependientes. Esas enormes masas de ganancias buscando
rentabilizarse fueron la base de la expansión del capital financiero
en las últimas tres décadas. En paralelo, la contracción de la
demanda de los trabajadores abrió el espacio para el financiamiento
del consumo por la vía del endeudamiento barato (por la abundancia
de capital financiero).
Esta
situación generó la tendencia a la aparición de sucesivas y cada
vez mayores crisis financieras; el “Efecto Tequila” en 1994 y la
crisis asiática de 1997 fueron dos de los episodios precursores del
estallido del 2008, calificado como la mayor crisis capitalista desde
la Gran Depresión de 1929.
En
paralelo, se han agotado las principales fuentes del crecimiento
económico mundial desde los años 80. En particular, la economía
china –cuyo crecimiento se explica por la transformación de
centenares de millones de campesinos en trabajadores asalariados y las reformas capitalistas iniciadas luego del triunfo del ala derechista del PCC encabezada por Deng Xiaoping–
está empezando a dar señales de que dejará de desempeñar el papel
de dínamo anticrisis que usualmente cumplió en las últimas
décadas; esto abre incertidumbre sobre el precio en el largo plazo
de las materias primas, que lleva más de una década en una
tendencia alcista.
Este
agotamiento se expresará en las próximas décadas en recurrentes
crisis períodicas y crecimiento lento, con un agravamiento paralelo
de la situación de cientos de millones de trabajadores en todo el
mundo.
No
se trata, por lo tanto, de una “crisis financiera”, sino de una
crisis que afecta al capitalismo como totalidad, partiendo por la
esfera productiva. Es el patrón de producción y acumulación del
capitalismo mundial el que está en crisis, lo que abre una época de
grandes luchas y convulsiones sociales de escala global, que sólo
tiene dos salidas: o el socialismo o la renovación de las bases de
la barbarie capitalista.
No hay que confundirse. Esta crisis forma el sustrato económico-social de la evolución política de las próximas décadas. No asegura por sí misma que siquiera llegue a plantearse de forma abierta el conflicto capital-trabajo. Pero es un llamado de alerta para preparar a las fuerzas políticas y sociales revolucionarias para las grandes luchas que están por venir.
I. Vitta
No hay que confundirse. Esta crisis forma el sustrato económico-social de la evolución política de las próximas décadas. No asegura por sí misma que siquiera llegue a plantearse de forma abierta el conflicto capital-trabajo. Pero es un llamado de alerta para preparar a las fuerzas políticas y sociales revolucionarias para las grandes luchas que están por venir.
I. Vitta
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