sábado, 19 de mayo de 2012

La larga crisis capitalista


La larga crisis iniciada el año 2008 no da tregua. La coyuntura actual está mostrando que los breves períodos de crecimiento no alcanzan a darle dinamismo a la economía capitalista mundial y se ven amagados por la situación debilitada o en franca bancarrota de muchas economías, en especial en Europa. Grecia probablemente entre en default en los próximos meses, mientras su inestabilidad política derrumba las bolsas por todo el orbe. España entró en recesión y está a las puertas de requerir un gigantesco rescate, que la economía europea difícilmente puede financiar (la economía española equivale a cinco veces la economía griega).

La crisis ha tenido un enorme impacto para los/las trabajadores/as europeos, especialmente españoles y griegos, con un impacto mayor entre los más jóvenes. Altas tasas de cesantía, mayor precarización del trabajo y crecente desprotección social se han vuelto enfermedades endémicas en la vieja Europa. Causadas por la recesión económica, estas plagas sociales se ven agravadas por los programas de ajuste impulsados por los centros de comando del capitalismo mundial y europeo: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, la infame "troika", dicta las políticas económicas de los países por sobre las decisiones soberanas de sus representantes electos. Las fuerzas políticas conservadoras y social-liberales son las correas de transmisión de la troika hacia cada nación, actuando como administradores coloniales del capital internacional ante sus naciones.

Mirada en un más largo plazo, esta crisis marca un punto de inflexión en la etapa de expansión del capitalismo global que se ha dado en llamar “neoliberalismo”, que se inició a fines de los años 70 y tuvo como sus artífices a Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Deng Xiaoping y Augusto Pinochet.

El capitalismo neoliberal tuvo éxito inicial en recuperar la tasa de ganancia por la vía de aumentar la explotación de los trabajadores de todo el mundo y capturar la renta de los recursos naturales de los países dependientes. Esas enormes masas de ganancias buscando rentabilizarse fueron la base de la expansión del capital financiero en las últimas tres décadas. En paralelo, la contracción de la demanda de los trabajadores abrió el espacio para el financiamiento del consumo por la vía del endeudamiento barato (por la abundancia de capital financiero).

Esta situación generó la tendencia a la aparición de sucesivas y cada vez mayores crisis financieras; el “Efecto Tequila” en 1994 y la crisis asiática de 1997 fueron dos de los episodios precursores del estallido del 2008, calificado como la mayor crisis capitalista desde la Gran Depresión de 1929.

En paralelo, se han agotado las principales fuentes del crecimiento económico mundial desde los años 80. En particular, la economía china –cuyo crecimiento se explica por la transformación de centenares de millones de campesinos en trabajadores asalariados y las reformas capitalistas iniciadas luego del triunfo del ala derechista del PCC encabezada por Deng Xiaoping– está empezando a dar señales de que dejará de desempeñar el papel de dínamo anticrisis que usualmente cumplió en las últimas décadas; esto abre incertidumbre sobre el precio en el largo plazo de las materias primas, que lleva más de una década en una tendencia alcista.

Este agotamiento se expresará en las próximas décadas en recurrentes crisis períodicas y crecimiento lento, con un agravamiento paralelo de la situación de cientos de millones de trabajadores en todo el mundo.

No se trata, por lo tanto, de una “crisis financiera”, sino de una crisis que afecta al capitalismo como totalidad, partiendo por la esfera productiva. Es el patrón de producción y acumulación del capitalismo mundial el que está en crisis, lo que abre una época de grandes luchas y convulsiones sociales de escala global, que sólo tiene dos salidas: o el socialismo o la renovación de las bases de la barbarie capitalista.

No hay que confundirse. Esta crisis forma el sustrato económico-social de la evolución política de las próximas décadas. No asegura por sí misma que siquiera llegue a plantearse de forma abierta el conflicto capital-trabajo. Pero es un llamado de alerta para preparar a las fuerzas políticas y sociales revolucionarias para las grandes luchas que están por venir.


I. Vitta

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