Iván Vitta
Vivimos tiempos turbulentos. Las guerras y conflictos se multiplican, en distintos lugares del mundo las masas se rebelan contra la situación de opresión política y explotación económica, el escenario de la post Guerra Fría se derrumba, la crisis multisistémica azota a la humanidad. En este escrito intentamos analizar una de las dimensiones, la más general, de la situación internacional actual: la transición hegemónica en el sistema capitalista mundial, la declinación de la actual potencia hegemónica, EEUU, y el posible surgimiento de una nueva hegemonía mundial.
La depresión económica de 2008, así como la pérdida de posiciones de EEUU en el mercado mundial y la financiarización de su economía son síntomas de un proceso de largo plazo que se ha dado ya en forma recurrente en los casi 500 años de historia del sistema capitalista mundial: la declinación de la potencia hegemónica del momento y su reemplazo por una nueva hegemonía mundial.
Desde fines del siglo XIX y a principios del siglo XX ocurrió un proceso similar, en que la hegemonía del sistema mundial que ejercía Inglaterra comenzó a declinar y se desató una feroz lucha entre Alemania y EE.UU. por tomar el lugar de los británicos como cabeza del sistema capitalista mundial. Anteriormente, franceses e ingleses de disputaron durante más de un siglo, entre fines del siglo XVII y principios del siglo XIX, la sucesión de Holanda a la cabeza del capitalismo. Los procesos de transición hegemónica, por lo tanto, son procesos de larga duración, que se arrastran durante décadas y determinan los rasgos económicos, políticos, militares e ideológicos de esa época de transición.
Los marxistas de principios del s. XX creyeron ver en la fase correspondiente de disputa hegemónica, asociada a fenómenos como el surgimiento de los monopolios, el aumento de la importancia del capital financiero, la fusión de los grandes negocios con el Estado y, sobre todo, la I Guerra Mundial, una señal de que el capitalismo había entrado en una fase de declive que conducía inexorablemente a su derrumbe y al triunfo de la revolución socialista. No obstante, identificaron correctamente esa fase histórica como una etapa de profundización y exacerbación de las contradicciones de todo orden del sistema capitalista y, más allá de su error en caracterizar la fase como terminal, de generación de condiciones favorables para la lucha de clases de los trabajadores y los pueblos oprimidos contra el yugo del imperialismo y el capital.
En la actual etapa, EE.UU. está activamente intentando frenar y revertir su pérdida de liderazgo económico y político a nivel mundial. Su política exterior está orientada, desde el fin de la guerra fría, por dos ideas fuerza: hacer del siglo XXI un “nuevo siglo americano”, es decir conservar su hegemonía, y, para ello y en segundo término, evitar el surgimiento de liderazgos globales que desafíen su estatus de primera potencia mundial. Para lo anterior cuenta con una fuerte influencia – a pesar de su disminución– política y económica y con una incontestable superioridad militar.
Para cumplir sus objetivos, EE.UU. ha fijado sus prioridades estratégicas en el Medio Oriente y en el océano Pacífico. En Medio Oriente ha reforzado sus alianzas con Israel y las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico, Arabia Saudita y Catar, provocando o agudizando una serie de graves conflictos regionales en su intento de modelar políticamente la zona de acuerdo a sus objetivos globales. La invasión de Irak y las recientes agresiones contra Libia y Siria, donde EE.UU. ha financiado y apoyado a mercenarios y terroristas para derrocar a sus gobiernos, han terminado por desestabilizar completamente la zona, que ahora enfrenta la amenaza del terrorismo del Estado Islámico, un nuevo monstruo armado y financiado por el imperialismo estadounidense y sus aliados regionales.
En el Extremo Oriente, buscan rodear y aislar a China, que emerge como una de las potencias que disputaría el liderazgo global a EE.UU., rodeándola de aliados que taponearían el acceso de China al Pacífico. En Europa, los estadounidenses intentan hacer lo mismo con Rusia, acercando las fronteras de la OTAN hasta la nación eslava, lo que ha detonado conflictos en Georgia y ahora en Ucrania. De paso, arrastra a la Unión Europea, el otro posible competidor económico de EEUU a escala mundial, a un conflicto que amenaza su desarrollo económico y bloquea su emergencia como actor político global.
No obstante sus intentos, EE.UU. no ha podido impedir el surgimiento de nuevos polos económicos y políticos. El más importante hasta ahora es la alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica conocida por la sigla BRICS, que en su última reunión grupal ha planteado iniciativas como la creación de un banco de fomento que sea alternativa al FMI y el Banco Mundial. La crisis ucraniana ha impulsado también un acercamiento más estrecho entre Rusia y China, el que, entre otras medidas, ha “desdolarizado” su intercambio comercial. Todo lo anterior está empujando en la dirección de disminuir el papel del dólar como moneda mundial, lo que debilita uno de los instrumentos de dominio más poderosos de EE.UU.
La posición de EE.UU. se ve amenazada no sólo por el surgimiento de competidores económicos y políticos en el terreno internacional, sino por el debilitamiento de las bases de su propio poder. Su retroceso industrial ha ido acompañado de un creciente endeudamiento, que lo ha transformado de acreedor en deudor del planeta. Ese endeudamiento presiona a su vez sobre su presupuesto interno, el que, ante la carrera por el liderazgo global, al no poder permitirse una disminución drástica de los gastos militares, ha ido ajustándose por la vía de los recortes de los beneficios sociales. Esto a su vez golpea la clase trabajadora y la mayoría de la población, que ha sufrido un proceso de emprobrecimiento en las últimas décadas, disminuyendo no sólo su participación en la riqueza del país, sino también sus salarios reales. Lo anterior ha ido configurando un cuadro de conflictividad social creciente, que se ha expresado en movimientos como el “Occupy” y en el crecimiento de las tensiones raciales, como ha ocurrido recientemente con las protestas en Ferguson.
¿Quiénes son los competidores de EE.UU. por el liderazgo mundial? En primer lugar, la Unión Europea. Considerada como bloque, la UE es la principal economía del mundo y ha superado a EE.UU. en varias industrias de alta tecnología como la aeorespacial. Sin embargo, la UE no tiene la unidad política, por su carácter de asociación de Estados, ni la independencia política, por sus vínculos con EE.UU. a través de la Alianza Atlántica, como para rivalizar política y diplomáticamente con los norteamericanos. En el terreno militar, su debilidad es aún más pronunciada. Además, la crisis económica internacional ha golpeado con dureza a Europa, poniendo aún más de relieve la fragilidad de sus vínculos interestatales y revelando que, en especial para los países del sur de Europa, la UE es el coto privado de caza del gran capital alemán. A ello se suma la crisis ucraniana, que ha vuelto a colocar a Europa a la zaga de la política exterior estadounidense.
El otro candidato es China. Su economía, tras las de la UE y EE.UU, crece a un ritmo acelerado y en algunos años más va a superar a la estadounidense, convirtiéndose en la primera economía nacional del mundo. Su desarrollada diplomacia es absolutamente independiente de la de EE.UU y lleva décadas tejiendo redes de influencia y relaciones, sobre todo con países del ex movimiento de los no alineados; cuenta también con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y tiene por lo tanto derecho de veto. Es la tercera potencia militar del mundo, tras EE.UU. y Rusia. Con esta última es socio en la Organización de Cooperación de Shangai, OCS, junto a Kasajistán, Kirguistán, Tadjikistán y Uzbekistán.
En China, a diferencia de la ex URSS, no hubo un derrumbe de las estructuras de capitalismo de estado, que se han mantenido en lo esencial como eje rector político, económico y social de la nación. Una de las particularidades de China es que conviven, lado a lado, este capitalismo de estado junto con la economía capitalista, asentada fundamentalmente en la costa, en especial la correspondiente al capital transnacional. La base social del Estado es una burocracia a la que su control del aparato económico estatal da una enorme autonomía respecto de la economía capitalista, por lo que en estricto rigor no es un Estado capitalista controlado por las corporaciones, como el de EE.UU. o los de los estados europeos, sino un “Estado burocrático de capitalismo de estado”. Por ello, China no es una potencia imperialista y la rivalidad sino-estadounidense no puede ser caracterizada hoy en día como inter imperialista.
Ello no significa que al interior de la burocracia gobernante china no existan tendencias que impulsan a la liquidación del capitalismo de Estado y a la fundación de un estado capitalista en propiedad, tomando de paso el control de las grandes empresas estatales, como ocurrió en la ex URSS. Pero estas tendencias no han logrado imponerse y no es seguro que lo logren en el corto o mediano plazo. Incluso, desde el año 2007 hubo un retroceso en el ímpetu liberalizador de la burocracia, ante la creciente desigualdad que el desarrollo acelerado estaba provocando en la sociedad china y las presiones populares surgidas de aquélla.
Existen sin embargo tres factores estructurales que dificultan en extremo el surgimiento de una nueva hegemonía capitalista mundial: en primer lugar, las debilidades estructurales de la Unión Europea y la ausencia en China de una fuerza estatal capitalista que impulse una política agresiva de conquista de la hegemonía; es decir, hay tanto incapacidad como la falta de interés de los contendores de EE.UU. de disputarle el liderazgo a nivel mundial como líder unipolar hegemónico. En segundo lugar, en las anteriores fases de transición hegemónica los nuevos liderazgos siempre pasaron a países cada vez más grandes, pero que siempre representaban una fracción menor de la población mundial, un factor fundamental para que la captura de excedentes desde la periferia permitiera la acumulación de capital en el polo hegemónico y una redistribución interna sustantiva para mantener la paz social y el orden interior, condiciones esenciales para afrontar con éxito la proyección hacia el exterior; hoy esa condición no se cumple en el caso de China, por su población, ni de la Unión Europea, por su estructura política que reproduce internamente el esquema centro-periferia. Y en tercer término, esta nueva transición se desarrolla en una situación histórica inédita: por primera vez, la economía capitalista es el modo de producción fundamental en la casi totalidad del globo. Todo lo anterior configura un escenario internacional que apunta más bien al surgimiento de una situación de multipolaridad más que de emergencia de una nueva nación hegemónica, el menos en el futuro previsible.
Por lo tanto, estamos viviendo una época de lenta declinación de la potencia imperialista dominante, EE.UU., sin que se vislumbre una nueva hegemonía alternativa en el sistema global de dominación imperialista. Más bien, asoma un escenario multipolar, con potencias regionales que limitan el ejercicio hegemónico mundial de EE.UU. en sus esferas de influencia, y una potencia económica y diplomática global, como China, que balancea el poder de los estadounidenses a nivel mundial.
Lo anterior ocurre en paralelo con una crisis económica mundial de características estructurales, con el bajo crecimiento transformado en enfermedad crónica del sistema capitalista. Se agrega una crisis social, expresada en la zona euro en los casos de España y Grecia, cuyo derrumbe económico ha dado paso a catástrofes sociales. Y a todo esto se suma también un creciente proceso de desestabilización del sistema interestatal en varias regiones del mundo –el Medio Oriente, Ucrania, el Magreb y África Occidental–, señal de la creciente incapacidad de EE.UU. de liderar el mundo.
Este escenario de acrecentamiento de las contradicciones del sistema capitalista mundial se expresa en la agudización de los dramáticos efectos sociales de la depresión capitalista (recesión económica, cesantía, desmantelamiento de redes sociales públicas) y multiplicación de conflictos armados en las “zonas calientes” del mundo, en especial Medio Oriente. Se generan condiciones sociales y políticas para un rearme de los trabajadores y los sujetos subalternos en todo el mundo, así como para un retorno de la izquierda anticapitalista a la palestra política, actores que se vieron muy debilitados, casi hasta la extinción, tras el derrumbe de la URSS y el advenimiento del orden internacional unipolar en los años 90.
Estados Unidos continúa siendo la principal fuerza de choque del imperialismo, a pesar de su debilitamiento político y económico y las crecientes dificultades que experimenta para hacer uso de su poderío militar; por el contrario, este debilitamiento progresivo aumenta su agresividad internacional. La neutralización y derrota política de EE.UU. es la principal tarea política a nivel internacional, para lo cual es imprescindible lograr construir alianzas internacionales interestatales que sean capaces de amarrarle las manos a EE.UU. y establecer mecanismos multilaterales efectivos que protejan la soberanía nacional y el derecho de los pueblos del mundo a construir alternativas al sistema capitalista y su engendro más nefasto, el imperialismo. En un escenario internacional en que no existe el paraguas protector que alguna vez fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tales mecanismos multilaterales son indispensables en tanto no exista, como puede preverse para el período histórico próximo, un escudo político y militar de estados socialistas capaz de neutralizar al imperialismo y un movimiento obrero internacional capaz de influir decisivamente en los asuntos estatales los países capitalistas.