domingo, 10 de agosto de 2014

Reformas educacionales: las definiciones se acercan, los estudiantes se preparan



Después del 7 de julio, cuando el gobierno y la derecha presentaron su acuerdo para la reforma tributaria, el ministro Eyzaguirre comenzó a preparar el terreno para replicarlo en su área, anunciando que se escucharía a los estudiantes pero que éstos no tendrían la última palabra y que el diálogo que proponía el gobierno sería “incidente pero no vinculante”. Pero el ministro se sobreactuó y terminó, en entrevista otorgada a El Mercurio, adelantando la idea de acotar la gratuidad a cuatro años, con lo que malogró, temporalmente, la maniobra.

La idea del gobierno es presentar algo que comunicacionalmente parezca gratuidad de la educación superior pero que en el fondo no lo sea. El senador Jaime Quintana lo reconoció en entrevista a La Segunda posterior a las declaraciones de Eyzaguirre, diciendo que lo primero era ponerse de acuerdo en la gratuidad como principio y luego examinar los “detalles” de la implementación, por ejemplo si se financian cuatro años o la carrera completa.

Los “diálogos participativos” ideados por el ministerio de Educación son un mecanismo para legitimar las reformas educacionales y evitar depender de la participación de los actores del movimiento por la educación para ello. A la vez, ellos son una herramienta concebida para o domesticar al movimiento estudiantil, sometiéndolo a una participación meramente decorativa, o a aislarlo, acusándolo de intransigencia si no participa.

Entre los secundarios, divididos y fragmentados desde hace muchos años, hubo opiniones encontradas. La CONES, dirigida por las JJCC y Revolución Democrática, resolvió participar; la ACES, en cambio, decidió restarse. 

En los universitarios, la Confech, con mucha mayor conciencia del escenario y los riesgos que comportaban tanto la participación como la automarginación, decidió exigir garantías al ejecutivo para su participación: derogación del DFL 2 que impide la participación de estudiantes y funcionarios en los gobiernos universitarios, carácter vinculante de las discusiones, posibilidad de presentar documentos y proyectos alternativos a los del Ejecutivo y retiro de los proyectos de ley ya enviados.

Hasta el viernes 19 de julio, Eyzaguirre sólo había acogido la derogación del DFL 2. Había declarado explícitamente que la participación no iba a ser vinculante. Pero la entrevista al Mercurio y el terremoto político que provocó cambiaron la situación, dejando al ministro políticamente muy debilitado. La Confech aprovechó la ocasión y obtuvo otras dos garantías fundamentales de sus exigencias: el carácter vinculante de las discusiones y la posibilidad de presentar alternativas a los proyectos del ejecutivo.

De esta manera, fracasa la trampa del gobierno a los estudiantes, pues no logra domesticarlos con un diálogo intrascendente y los deja con un argumento importante para retirarse del diálogo cuando el ejecutivo revele por fin su agenda. Además, los estudiantes universitarios logran instalar una importante demanda democrática con la derogación del DFL 2, primer avance hacia la recuperación del cogobierno universitario.

La decisión del Confech se hace no sin fricciones internas, pero los resultados justifican el proceder de la organización, ya que los universitarios salen bien parados en comparación con los secundarios, que no han logrado avanzar en sus demandas y enfrentan divididos al gobierno, entre el gobiernismo de la CONES y la incapacidad de la ACES de ir más allá de la retórica de la intransigencia.

Lo fundamental es que los estudiantes mantengan la presión en las calles como eje de su accionar, conserven el apoyo de la mayoría popular y sean capaces de sumar a otros sectores, partiendo por los trabajadores, a sus demandas. Esas son las condiciones para poder disputar con éxito al gobierno cuando por fin devele sus cartas y sea necesario pasar a formas más radicales de lucha para conquistar el derecho a la educación.


Iván Vitta

martes, 5 de agosto de 2014

Chefs y pinches de cocina



El 7 de julio, fecha en que se anuncia el acuerdo entre el gobierno y senadores de la Alianza y de gobierno por la reforma tributaria, constituye el punto de inflexión en la trayectoria gatopardista de la Concertación/Nueva Mayoría. A partir de ese momento, terminan las comedias y los bailes de disfraces y sale a la superficie el verdadero proyecto de Bachelet y sus disciplinados ministros.

Se dice que una de las motivaciones del gobierno para llegar a este acuerdo fue evitar los costos políticos de la desaceleración económica. Si bien la desaceleración es real, y más profunda de lo que anticiparon los analistas, y también es cierto que la Alianza y los grandes medios de comunicación monopólicos habían logrado posicionar la asociación entre esta desaceleración económica y la reforma tributaria, este no es un factor causante del giro, sino sólo acelerador, un catalizador de una cambio de orientación discursiva que se iba a producir tarde o temprano, dados los compromisos y lazos del personal político de gobierno con los grandes empresarios.

Este acuerdo revela el pensamiento íntimo de Bachelet. No debemos olvidar que el año pasado la entonces candidata, recién llegada a Chile, intentó fijar su posición respecto de la educación gratuita señalando que no estaba de acuerdo con la gratuidad, porque le parecía injusto que quienes tenían recursos suficientes para pagar no lo hiciera. Al día siguiente, una gigantesca marcha estudiantil exigiendo gratuidad la convenció de que la oposición frontal a la gratuidad no era una buena táctica electoral. A partir de ese momento se produce el giro discursivo que la llevará a asumir, de forma ambigua, las “demandas de la calle”, que sería en adelante el relato oficial de la campaña y el gobierno.

Hasta que el 7 de Julio se sinceran las cosas.

Como han advertido varios analistas, la reforma tributaria queda completamente desnaturalizada con los cambios introducidos, estimando algunos que no sólo no va a recaudar los 8.200 millones de dólares que constituyen el objetivo, sino incluso podría significar un retroceso respecto de la actual recaudación, al abrirse nuevas puertas a la evasión.

Pocos días tras el acuerdo tributario, el ministro de educación, Nicolás Eyzaguirre, anunció que no iba a escuchar “a la calle” para las reformas en educación. El jueves 17, en entrevista a La Segunda, reconoció además que el complejo mecanismo de “participación” pergeñado por su cartera iba a aceptar sólo aquellas propuestas que coincidieran con el programa de gobierno, dejando automáticamente fuera los petitorios estudiantiles.

El acuerdo tributario reveló que existen dos sectores en la Nueva Mayoría, los chefs y los “pinches de cocina”, como expresó brutalmente el senador Andrés Zaldívar. Unos son el viejo “partido del orden”, que tienen derecho a participar en la “cocina” de las leyes y reformas. El resto son ayudantes que ayudan a ganar elecciones, pero cuya opinión no pesa para las grandes reformas.

En los hechos, quedó definitivamente claro que no existe una coalición de gobierno, sino sólo lo que fue una coalición electoral, cuya opinión tiene un peso marginal en las decisiones de La Moneda. La autonomía del ejecutivo y de los parlamentarios respecto de los partidos les permite un amplio margen de maniobra. Es este margen el que ha permitido terminar de reacomodar el bloque político dominante a la nueva correlación de fuerzas pos elecciones, usando los canales informales de la política.

El acuerdo tributario constituye un profundo golpe político a la “izquierda” de la Nueva Mayoría. Para el PC en particular, es la reiteración de una derrota históricamente recurrente. Después de González Videla, del apoyo de la DC al golpe de 1973 y de los acuerdos de la Concertación con EEUU y los militares para mantener el modelo dictatorial, a fines de los 80, vuelve una vez más a fracasar la confianza política depositada por el PC en la “burguesía democrática”.


Iván Vitta