miércoles, 11 de enero de 2017

El Frente Amplio y las tareas anticapitalistas

Poco a poco han ido avanzando las discusiones y encuentros para la conformación del "Frente Amplio", que reúne a doce organizaciones con el fin de levantar una alternativa al neoliberalismo frente a las dos coaliciones que administran el modelo pinochetista desde 1990.

Para las fuerzas anti-capitalistas que concurren a él, el Frente Amplio es una apuesta estratégica que busca levantar una plataforma política que permita a) realizar avances efectivos en las demandas anti-neoliberales que ha levantado el movimiento social en los últimos años, en especial a partir del 2011 b) poner en movimiento a amplias masas populares, en especial a los trabajadores c) darle visibilidad y presencia política a las fuerzas anticapitalistas.

Si lo planteamos en términos maoístas, es una apuesta para una etapa de defensa estratégica que busca resistir y contener la profundización del capitalismo neoliberal, la que, a pesar de las movilizaciones populares, el duopolio busca ejecutar como parte de su intento de superar la crisis de representación desatada por el malestar y las movilizaciones populares y por los casos de corrupción conocidos en los últimos años. La apuesta estratégica, que Mao etiqueta en su momento como "Nueva Democracia", es la superación del Estado capitalista y el bloque en el poder por un alianza de trabajadores, pequeña burguesía y otras clases y capas y sociales que levantan una forma estatal de transición, que podemos, provisoriamente, llamar "democracia popular", parte de una estrategia de largo plazo que Mao denomina "revolución por etapas permanente".

Sin pretensión de abordar las bases teóricas de estas definiciones ni siquiera de forma somera, se impone, sin embargo, enumerar algunos de sus fundamentos. En primer lugar, el contenido central es la capacidad de las masas populares para ponerse en movimiento por demandas democráticas, pero sin una conciencia política desarrollada, por el desarme político y la derrota de la clase trabajadora, que vincule esas demandas a la contradicción básica y estructural de la sociedad capitalista, la contradicción entre capitalistas y trabajadores asalariados. Segundo, la transnacionalización o mundialización de la economía mundial, que ha impuesto una nueva división internacional del trabajo, ha generado un marco geopolítico, hoy único por el derrumbe del campo socialista a fines del s. XX, en que los proyectos populares en los países dependientes no pueden aspirar a una construcción socialista autárquica y deben admitir una importante presencia del capital transnacional en sus territorios, a la vez que deben buscar apoyos internacionales de países capitalistas que, a lo sumo, están dirigidos por coaliciones de carácter más o menos progresista, más o menos popular. Tercero, la naturaleza del Estado no como un "objeto", sino como un conjunto de relaciones de poder, mediadas por instituciones políticas, que es susceptible de ser parcialmente transformado por la acción política de las clases subalternas, como ocurrió en Chile en el breve período de la Unidad Popular (1970-1973).

En este contexto, la idea de un Estado de transición que llamamos "democrático-popular" apunta a la posibilidad de realizar un desplazamiento significativo, revolucionario, de la correlación de fuerzas interna por parte de masas populares imbuidas de una conciencia democrática que precisamente en esta lucha y en la construcción y profundización de dicho Estado de transición comienzan a desarrollar y fortalecer una conciencia socialista, incluyendo el propio fortalecimiento y toma de conciencia de la clase trabajadora como eje de tal abanico de fuerzas populares y la construcción de una correlación internacional favorable a la profundización de los procesos democrático-populares.

La necesidad de conquistar avances efectivos en las demandas populares parte de la constatación de que, a pesar de la lucha popular llevada a cabo en lo últimos años en Chile, la agenda del movimiento social no ha logrado avances, salvo en el caso de las reivindicaciones más puntuales. Por el contrario, ha sido el bloque en el poder el que ha modulado y esterilizado dichas demandas de su filo anti-neoliberal, transformándolas en nuevas oportunidades para profundizar el modelo, como ocurre con las llamadas "reformas" del gobierno de Bachelet.

Asimismo, el movimiento social es aún muy reducido y no ha logrado construir una relación orgánica, más allá de la simpatía y apoyo, con las grandes masas populares. En particular, los trabajadores, a pesar del crecimiento de sus luchas reivindicativas en los últimos años, distan de constituir un actor nacional relevante.

Por último, la izquierda anti-capitalista tiene un peso político nulo en el escenario nacional. Para la inmensa mayoría de la población, simplemente no existe y muchos de sus debates (en ocasiones seudo-debates) son ajenos a las preocupaciones de las masas populares. Sin influencia política real, estos debates son y continuarán siendo irrelevantes.

Frente a la idea de un Frente Amplio, otras alternativas sencillamente no han logrado ninguna influencia en términos políticos. Las apuestas extra-institucionales siguen marcando el paso, hundidas en la irrelevancia, como lo mostró, por ejemplo, el llamado de Guillermo Rodríguez, tras las municipales de 2012 y su alto nivel de abstención, a "transformar el rechazo en Poder Popular". La abstención lleva casi dos décadas creciendo elección a elección y no ha contribuido a forjar ni una alternativa ni ha ayudado a quienes plantean la alternativa extra-institucional como espacio político único a forjarla. Por otro lado, una alianza puramente anti-capitalista no tiene destino cuando la conciencia popular simplemente no se muestra receptiva a ella y se encuentra en una fase esencialmente democrática. El resultado de Pueblo Unido en las elecciones municipales del 2016, donde logró sólo un 1% de la votación, confirma esta afirmación.

Ante el escenario de crisis política que existe en el país, las fuerzas anticapitalistas no pueden resignarse a permanecer al margen, refugiadas en la fortaleza ilusoria del movimiento social. La disputa política sólo puede resolverse en una dirección favorable a las mayorías populares si las fuerzas anticapitalistas, dentro de un arco de fuerzas democráticas más amplias, logra poner en movimiento a sectores crecientes de esas masas populares, ganar la conducción de las demandas democráticas y orientarlas en una dirección que permita construir una conciencia socialista y anti-imperialista, insertándose en todos los espacios, incluyendo el institucional, donde se produce la lucha política real.

Dada la debilidad de las fuerzas anticapitalistas, deben forjar alianzas para llevar adelante sus proyectos políticos con las fuerzas políticas democráticas que estén dispuestas a luchar contra el capitalismo neoliberal. El Frente Amplio aparece entonces como la plataforma política que permita enfrentar el período y generar las premisas materiales reales para un salto de calidad. El resto son ilusiones vacías.


I. Vitta