domingo, 31 de marzo de 2013

El lento declinar del zapatismo


Poco a poco la estrella una vez deslumbrante del zapatismo se ha ido apagando. 

Emergido en lo más oscuro de la noche del capitalismo neoliberal como un destello de esperanza que movilizó a activistas de todo el mundo, la llegada del nuevo siglo le panteó un problema estratégico que no fue capaz de dirimir en forma positiva: fracasado el levantamiento armado de 1994, el zapatismo tenía ante sí el dilema de buscar una nueva estrategia política para resolver el problema de la lucha por el poder ante el Estado capitalista mexicano.

En lugar de ello, el zapatismo eligió darle la espalda al problema y, haciendo de la necesidad virtud, declaro su voluntad de no luchar por el poder político. Lanzó el año 2005 la iniciativa política de "La Otra Campaña", que tras algún revuelo e impacto positivo incial, fue diluyéndose poco a poco con el tiempo. Aislado en las comunidades indígenas rurales que son su base de apoyo, el zapatismo fue desapareciendo como un actor relevante de la política mexicana.

Su última movilización importante, la marcha del 21 de diciembre de 2012, en que miles de bases de apoyo zapatistas se movilizaron hacia cinco ciudades del Estado mexicano de Chiapas, fue nada más que un relámpago en día claro. La exigua declaración que emitió el zapatismo, más propia de un club de poesía que de una fuerza política, fue una muestra de la desorientación política en que se encuentra el movimiento.

En este falso curso hubo una sobrevaloración de las bases sociales del zapatismo y de su posibilidad de incidir en forma efectiva en la situación política mexicana. En 1910, alredor del 70% de la población mexicana era rural; un 17% era de origen indígena. Para el año 2005, la población rural había caído a un 23% y la población indígena a un 7%. El destino de una revolución en México para cuando emergió el zapatismo ya no tenía su centro de gravedad en el campo sino en las ciudades y las clases sociales urbanas subalternas.

El zapatismo entendió este problema, pero su solución resultó ser un paso en falso, pues buscó reproducir lógicas políticas que sólo tenían sentido en el espacio rural -por ejemplo los Caracoles- en las ciudades. Con ello, logró nuclear a su alrededor grupos de activistas urbanos, pero no pudo ir más allá y sumar movimientos sociales urbanos significativos.

Pero sin duda el mayor error del zapatismo fue el de abandonar la lucha por el poder, reemplazándola por un experimento autogestionario que tenía, en el mejor de los casos, posibilidades muy acotadas de desarrollo en el contexto del Estado capitalista.

Un movimiento puede darle la espalda al Estado capitalista, pero el Estado no se olvidará del movimiento y se hará presente por todos sus medios, ahogando siempre sus posibilidades de desarrollo autónomo. El capital, por su naturaleza misma, tiene horror del vacío y ocupa todos los espacios, instrumentando su aparato hegemónico-coercitivo para ello. En ese contexto, la autogestión siempre ocupará un espacio a lo sumo marginal, sin ninguna capacidad de volverse una alternativa social hegemónica que desplace al capitalismo y su Estado.

El zapatismo nunca buscó capitalizar su impacto político inicial levantando una alternativa político-electoral que disputara allí en los espacios reales y hegemónicos de la política. Se mantuvo siempre en los márgenes, aislado de las grandes masas urbanas que podrían haberle dado sustento a su proyecto. Su declinación es la prueba de que la política de "transformar el mundo sin tomar el poder" no pasa de ser una utopía piadosa y atractiva pero estéril.

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